Por Omar Pérez Salomón
El pasado 30 de abril en la reflexión titulada, Una prueba de fuego, el líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, denuncia como el imperialismo se empeña en desintegrar a Bolivia y someterla a trabajo enajenante y hambre, como tratan de hacer con Venezuela y otros países del continente.
Para ello utiliza los medios masivos que preparan el terreno y la opinión del pueblo con todo tipo de ilusiones y engaños.
Ello me hizo recordar los primeros meses tras el triunfo de la Revolución en Cuba y las primeras acciones subversivas del imperialismo norteamericano, que perseguían el objetivo de crear estados de opinión contrarios a la Revolución y favorables a la política anticubana gestada en Washington, como una forma de, primero, sembrar dudas con respecto a la justeza del proceso revolucionario y, segundo, crear las condiciones internas en los receptores para participar militarmente en la actividad contrarrevolucionaria.
Las primeras deformaciones de la información sobre los acontecimientos que se dieron en Cuba ocurrieron en el mismo mes de enero de 1959 con respecto a los juicios y las condenas de los criminales de guerra, que dio lugar a una feroz campaña de la prensa imperialista contra la Revolución.
La prensa norteamericana caracterizaba al pueblo cubano como “una masa sedienta de sangre”1 “con un concepto extravagante de la justicia” 2, “los fusilamientos fueron calificados de purga de sangre” 3.
Los periódicos y revistas con toda intención callaron crímenes y torturas de la tiranía, habían tendido un abominable silencio sobre la muerte de veinte mil cubanos.
La prensa de Estados Unidos se colmó de deformaciones calculadas sobre los juicios contra criminales y genocidas del batistato. Las listas de desaparecidos publicadas en los periódicos revolucionarios cubanos, los reportajes sobre fosas comunes y depósitos de cadáveres no hallaron espacio en sus medios de comunicación. Era indudable que concentraban sus esfuerzos en una campaña encaminada a atemorizar a la Revolución para detener su impulso y dividirla, paralizar su acción interna y neutralizar su influencia en América Latina.
Acto seguido se comenzó a plantear que un proceso electoral hubiera sido lo ideal, “la salvación de Cuba”, como aseguraba el New York Mirror4. Compartían ese criterio funcionarios del Departamento de Estado, grandes empresarios e inversionistas profesionales. Lo “correcto” según machacaron incesantemente, era la convocatoria a elecciones. Lo democrático radicaba en la proliferación de partidos políticos, se deseaba la fragmentación política, factor tradicional de la dominación neocolonialista yanqui en América Latina; pero una de las primeras acciones de la Revolución Cubana había sido precisamente la desintegración de los partidos burgueses y la cohesión de las masas con el poder revolucionario. Poco a poco la deseada oposición política, que según la Columbia Broadcasting System era “legalmente sinónimo de contrarrevolución”5, no estaba en Cuba como querían dar a entender, sino fundamentalmente congregada en territorio del norte.
Pensaron que cuarenta años golpeando la conciencia latinoamericana con el croquis morboso de un supuesto “terror comunista” y martillando con ardor que el marxismo-leninismo era la filosofía del hambre, de la esclavitud, y del odio, desarrollaría el divorcio entre los conceptos y la realidad. Identificaron a la Revolución Cubana con el comunismo mucho antes de que en realidad lo fuese, con la idea de volcar contra ella a la opinión pública latinoamericana y convertir en contrarrevolucionarios a los revolucionarios no comunistas.
Siguiendo ese ineficaz modelo, el poderoso aparato de propaganda norteamericano comenzó a calificar al jefe de la Revolución Cubana como la “voz de Rusia en América Latina”6.Ya se veía el diseño de la política futura: “La isla de Cuba está a noventa millas de Estados Unidos. Si se establece allí una cabeza de playa comunista existen buenas razones para una seria preocupación de nuestra parte” 7.
A pesar de todas estas campañas el gobierno cubano continuó su proceso revolucionario. El 3 de marzo de 1959 fue aprobada y puesta en ejecución la intervención de la Compañía Cubana de Teléfonos, monopolio norteamericano de nefasta historia y conocido vínculo con gobiernos anteriores. El 6 de marzo se dictó la ley que rebajó los alquileres en un 50 %. El 21de abril se declaró la apertura pública de todas las playas del país, suprimiendo el exclusivismo y la discriminación que se practicaba en muchos de estos centros.
La prensa norteamericana continuó sus ataques. Wall Street Journal decía de Fidel Castro: “Es aceptado que sus ambiciones personales se extienden más allá del gobierno de la isla de Cuba”8.
“Cuba está unida económicamente a Estados Unidos y ningún gobierno puede esperar una larga vida si persiste en dislocar los canales normales de comercio y comunicación entre los dos países”9.
El 17 de mayo de 1959 se proclama la primera ley de Reforma Agraria. Hasta esa fecha el interés del gobierno norteamericano hacia la Revolución había sido de desviarla, provocarle un estancamiento. A partir de ese momento la intención del Departamento de Estado fue aplastar a la Revolución Cubana, extirparla del continente americano.
Para tratar de conseguirlo recurrió a actos que llegaron a poner en peligro la paz de toda la humanidad. Inició una historia de agresiones políticas, económicas y militares. Violó todas las normas del Derecho Internacional y las más elementales de las relaciones entre los Estados.
Cuba tuvo que pagar, como precio de su derecho a la autodeterminación, las consecuencias de una guerra no declarada, en particular una gigantesca; pero fracasada guerra psicológica.
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