Por: Salvador Zúniga, miembro de base de COPINH
Entraron al país al menos 4 brigadas: a la región occidental de Honduras le correspondió recibir a la cuarta brigada. Por esas ironías de la vida, a esa brigada le tocó aterrizar en la base militar norteamericana de Palmerola, en el central departamento de Comayagua.
Preparamos para recibir a esa brigada, una caravana encabezada por la señora alcaldesa de La Esperanza, cabecera del departamento de Intibucá, la señora Austra Bertha Flores López, quien a su vez se desempeñaba como gobernadora por ley, la Cruz Roja departamental con sus ambulancias y las unidades de transporte gestionadas por El Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras COPINH.
Entre los implementos llevados por la militancia de COPINH para tan histórica ocasión, estaban: una manta con la leyenda: “Cuba sí yankees no”, la bandera cubana, y desde luego la bandera de Honduras.
La tarea de meter esos materiales a la base militar gringa no era fácil. Había que burlar los estrictos mecanismos de seguridad. Menos mal que la suerte estaba de nuestra parte, ya que en las afueras de la base nos esperaba el canciller de Honduras en aquel entonces, nuestro amigo el arquitecto Fernando Martínez, a quien le pedimos nos trasladara nuestra manta y banderas. El accedió con mucho gusto.
Procedimos a ingresar, siendo registrados minuciosamente por los especialistas en seguridad, con excepción del arquitecto Martínez que por su condición de canciller pasó por otra entrada. Pasamos a la pista de aterrizaje a esperar a la cuarta brigada de la solidaridad cubana.
Conversamos con el canciller, quien nos dijo que la razón por la que iban a llegar a esa base era porque el avión que traía la brigada y los materiales de ayuda, era un avión Antonov muy grande, y era el único aeropuerto donde podía aterrizar.
En la espera de la mencionada brigada, unos reclutas hondureños cumplían sanción impuesta por un rubio de la soldadesca gringa.
Llegaba el momento de recibir la brigada de los y las bata blanca, ya que en el cielo empezaba a verse el tremendo avión soviético. Disimuladamente nos acercamos al canciller para pedirle la encomienda. Él nos paso la bolsa con una sonrisa de complicidad.
Cuando ya había aterrizado el avión nos trasladamos frente a la puerta de desembarque, y tendimos nuestra manta que decía “Cuba sí yankees no”, flanqueada por las banderas de Honduras y Cuba. Los oficiales de la US.ARMY se pusieron más colorados de lo que son. No podían creer cómo el COPINH daba tremenda bienvenida a la brigada de la solidaridad cubana.
La brigada estaba encabezada por Roberto Robaina, canciller de Cuba en aquel entonces, y venían: varios técnicos, enfermeras, anestesiólogos, médicos y médicas especialistas. Entre ellos, Rubén Mena, de pelo liso, ojos negros, prominente frente y permanente sonrisa a flor de labios.
Nos abrazamos y nos confesó que tuvieron dudas para bajar del avión, ya que nunca se imaginaron que COPINH les diera tremenda bienvenida dentro de una base gringa, y que por un momento pensaron en que podría ser una protesta anticubana de la mafia apoyada por los yankees. Que la duda se despejó al ver la manta con la leyenda “Cuba sí yankees no”, expresando que ese episodio estaba bueno para un libro.
Apenas llegaron empezó el trabajo de aquellos brigadistas tan abnegados y abnegadas que hacían viva la frase de José Martí “Patria es humanidad”.
Rubén Mena médico especialista, comenzó su tarea de salvar vidas, operando a tanta gente necesitada de un servicio, al que en Honduras no es posible para un pobre acceder, de no ser por los médicos cubanos.
Rubén Mena parecía un ser anormal, incansable. Había hecho del quirófano su casa.
Rubén Mena a pesar del cansancio, nunca perdió el sentido del humor, y nunca le faltaron los buenos chistes.
Rubén Mena era incapaz de negarse a cumplir su deber de salvar vidas en cualquier lugar por distante que fuera, así fue que llegó a Monte Verde, A Yamaranguila, a Piraera, a Santa Elena, El Zancudo y otros lugares en donde jamás había llegado un médico, mucho menos un especialista.
En faenas de trabajo le preguntamos si no era demasiado el trabajo para él y sus demás camaradas, y él respondía que no, y contaba que no era menos el trabajo que se hacía en Angola, en la lucha en contra de los racistas, en donde le tocaba operar en los frentes de guerra y en las condiciones más difíciles de imaginar. Operar para salvar vidas, alternado en combates contra los racistas.
La suerte nos dio la oportunidad de ir a Cuba, y fue una agradable sorpresa encontrar un libro que narraba el episodio de la base Soto Cano… ¿Y saben quién lo escribió? El doctor Rubén Mena, quien también libró la batalla de las ideas con libros escritos por él, investigaciones científicas, conferencias, entre otras.
La tragedia nos quitó físicamente al Doctor Rubén Mena, un combatiente de la vida, pero Rubén siempre estará en nuestras mentes y corazones agradecidos.
Rubén Mena es de los que nunca mueren, porque su vida sólo tuvo un sentido, salvar las vidas de los demás, a pesar de la fatiga, a pesar del cansancio, a pesar de la tristeza que a veces a saber por qué, llega y nos acaba.
Rubén Mena, aquí en esta parte de Honduras, los hijos e hijas de la madre tierra y el maíz donde salvaste tantas vidas, nos ayudaste tanto, no te decimos adiós, te decimos hasta siempre camarada, hasta siempre hermanito.
La Esperanza, Intibucá diciembre del 2,012
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