viernes, 3 de enero de 2014

2 horas mas con Fidel

Ignacio Ramonet

Hacía un día de primaveral dulzura, anegado por esa luz refulgente y ese aire cristalino tan característicos del mágico diciembre cubano. Llegaban olores del océano cercano y se oían las verdes palmeras mecidas por una lánguida brisa. En uno de esos “paladares” que abundan ahora en La Habana, estaba yo almorzando con una amiga. De pronto, sonó el teléfono. Era mi contacto: “La persona que deseabas ver, te está esperando en media hora. Date prisa.” Lo dejé todo, me despedí de la amiga y me dirigí al lugar indicado. Allí me aguardaba un discreto vehículo cuyo chófer puso de inmediato rumbo hacia el oeste de la capital.

Yo había llegado a Cuba cuatro días antes. Venía de la Feria de Guadalajara (México) donde estuve presentando mi nuevo libro Hugo Chávez. Mi primera vida (1), conversaciones con el líder de la revolución bolivariana. En La Habana, se estaba celebrando con inmenso éxito, como cada año por estas fechas, el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Y su director Iván Giroud tuvo la gentileza de invitarme al homenaje que el Festival deseaba rendirle a su fundador Alfredo Guevara, un auténtico genio creador, el mayor impulsor del cine cubano, fallecido en abril de 2013.


Como siempre cuando arribo a La Habana, había preguntado por Fidel. Y a través de varios amigos comunes le había transmitido mis saludos. Hacía más de un año que no lo veía. La última vez había sido el 10 de febrero de 2012 en el marco de un gran encuentro “por la Paz y la preservación del Medio Ambiente”, organizado al margen de la Feria del libro de La Habana, en el que el Comandante de la revolución cubana conversó con una cuarentena de intelectuales (2).

Se abordaron, en aquella ocasión, los temas más diversos empezando por el “poder mediático y la manipulación de las mentes” del que me tocó hablar en una suerte de ponencia inaugural. Y no se me olvida la pertinente reflexión que hizo Fidel al final de mi exposición: “El problema no está en las mentiras que los medios dominantes dicen. Eso no lo podemos impedir. Lo que debemos pensar hoy es cómo decimos y difundimos nosotros la verdad.”

Durante las nueve horas que duró esa reunión, el líder cubano impresionó a su selecto auditorio. Demostró que, a sus entonces 85 años de edad, conservaba intacta su vivacidad de espíritu y su curiosidad mental. Intercambió ideas, propuso temas, formuló proyectos, proyectándose hacia lo nuevo, hacia el cambio, hacia el futuro. Sensible siempre a las transformaciones en curso del mundo.

¿Cuán cambiado lo hallaría ahora, diecinueve meses después? Me preguntaba yo a bordo del vehículo que me acercaba él. Fidel había hecho pocas apariciones públicas en las últimas semanas y había difundido menos análisis o reflexiones que en años anteriores (3).

Llegamos. Acompañado de su sonriente esposa Dalia Soto del Valle, Fidel me esperaba a la entrada del salón de su casa, una pieza amplia y luminosa abierta sobre un soleado jardín. Lo abracé con emoción. Se le veía en estupenda forma. Con esos ojos brillantes cual estiletes sondeando el alma de su interlocutor. Impaciente ya de iniciar el diálogo, como si se tratase, diez años después, de proseguir nuestras largas conversaciones que dieron lugar al libro Cien horas con Fidel (4).

Aún no nos habíamos sentado que ya me formulaba infinidad de preguntas sobre la situación económica en Francia y la actitud del gobierno francés… Durante dos horas y media, charlamos de todo un poco, saltando de un tema a otro, como viejos amigos. Obviamente se trataba de un encuentro amistoso, no profesional. Ni grabé nuestra conversación, ni tomé apunte alguno durante el transcurso de ella (5). Y este relato, además de dar a conocer algunas reflexiones actuales del líder cubano, sólo aspira a responder a la curiosidad de tantas personas que se preguntan, con buenas o malas intenciones:¿cómo está Fidel Castro?

Ya lo dije: estupendamente bien. Le pregunté por qué aún no había publicado nada sobre Nelson Mandela, fallecido hacía ya más de una semana. “Estoy en ello, me declaró, terminando el borrador de un artículo (6). Mandela fue un símbolo de la dignidad humana y de la libertad. Lo conocí muy bien. Un hombre de una calidad humana excepcional y de una nobleza de ideas impresionante. Es curioso ver como los que ayer amparaban el Apartheid, hoy se declaran admiradores de Mandela. ¡Qué cinismo! Uno se pregunta, si unicamente tenía amigos ¿quién entonces metió preso a Mandela?¿Cómo el odioso y criminal Apartheid pudo durar tantos años? Pero Mandela sabía quienes eran sus verdaderos amigos. Cuando salió de prisión, una de las primeras cosas que hizo fue venir a visitarnos. ¡Ni siquiera era todavía presidente de África del Sur! Porque él no ignoraba que sin la proeza de las fuerzas cubanas, que le rompieron el espinazo a la élite del ejército racista sudafricano en la batalla de Cuito Cuanavale [1988], y favorecieron así la independencia de Namibia, el régimen del Apartheid no se hubiese derrumbado y él se hubiera muerto en la cárcel. ¡Y eso que los sudafricanos poseían varias bombas nucleares, y estaban dispuestos a utilizarlas!”

Hablamos después de nuestro amigo común Hugo Chávez. Sentí que aún estaba bajo el dolor de la terrible pérdida. Evocó al Comandante bolivariano casi con lágrimas en los ojos. Me dijo que se había leido, “en dos días”, el libro Hugo Chávez. Mi primera vida. “Ahora tienes que escribir la segunda parte. Todos queremos leerla. Se lo debes a Hugo”, añadió. Ahí intervino Dalia para señalarnos que ese día (13 de diciembre), por insólita coincidencia, se cumplían 19 años del primer encuentro de los dos Comandantes cubano y venezolano. Hubo un silencio. Como si esa circunstancia le confiriera de pronto una indefinible solemnidad a nuestra visita.

Meditando para sí mismo, Fidel se puso entonces a recordar aquel primer encuentro con Chávez del 13 de diciembre de 1994. “Fue una pura casualidad, rememoró. Me enteré que Eusebio Leal lo había invitado a dar una conferencia sobre Bolívar. Y quise conocerlo. Lo fui a esperar al pie del avión. Cosa que sorprendió a mucha gente, incluido al propio Chávez. Pero yo estaba impaciente por verlo. Nos pasamos la noche conversando.” “Él me contó, le dije, que más bien sintió que usted le estaba haciendo pasar un examen…” Se echa a réir Fidel: “¡Es cierto! Quería saberlo todo de él. Y me dejó impresionado… Por su cultura, su sagacidad, su inteligencia política, su visión bolivariana, su gentileza, su humor… ¡Lo tenía todo! Me di cuenta que estaba frente a un gigante de la talla de los mejores dirigentes de la historia de América Latina. Su muerte es una tragedia para nuestro continente y una profunda desdicha personal para mi que perdí al mejor amigo…”

“¿Vislumbró usted, en aquella conversación, que Chávez sería lo que fue, o sea el fundador de la revolución bolivariana?” “Él partía con una desventaja: era militar y se había sublevado contra un presidente social-demócrata que, en realidad, era un ultraliberal… En un contexto latinoamericano con tanto gorila militar en el poder, mucha gente de izquierda desconfiaba de Chávez. Era normal. Cuando yo conversé con él, hace hoy pues diecinueve años, entendí inmediatamente que Chávez se reclamaba de la gran tradición de los militares de izquierda en América Latina. Empezando por Lázaro Cárdenas [1895-1970], el general-presidente mexicano que hizo la mayor reforma agraria y nacionalizó el petroleo en 1938…”

Hizo ahí Fidel un amplio desarrollo sobre los “militares de izquierda” en América Latina e insistió sobre la importancia, para el comandante bolivariano, del estudio del modelo constituido por el general peruano Juan Velasco Alvarado. “Chávez lo conoció en 1974, en un viaje que efectuó a Perú siendo aún cadete. Yo también me encontré con Velasco unos años antes, en diciembre de 1971, regresando de mi visita al Chile de la Unidad Popular y de Salvador Allende. Velasco hizo reformas importantes pero cometió errores. Chávez analizó esos yerros y supo evitarlos.”

Entre las muchas cualidades del Comandante venezolano, subrayó Fidel una en particular: “Supo formar a toda una generación de jóvenes dirigentes; a su lado adquirieron una sólida formación política, lo cual se reveló fundamental, después del fallecimiento de Chávez, para la continuidad de la revolución bolivariana. Ahí está, en particular, Nicolás Maduro con su firmeza y su lucidez que le han permitido ganar brillantemente las elecciones del 8 de diciembre. Una victoria capital que lo afianza en su liderazgo y le da estabilidad al proceso. Pero en torno a Maduro hay otras personalidades de gran valor como Elías Jaua, Diosdado Cabello, Rafael Ramírez, Jorge Rodríguez… Todos ellos formados, a veces desde muy jóvenes, por Chávez.”

En ese momento, se sumó a la reunión su hijo Alex Castro, fotógrafo, autor de varios libros excepcionales (7). Se puso a sacar algunas imágenes “para el recuerdo” y se eclipsó luego discretamente.

También hablamos con Fidel de Irán y del acuerdo provisional alcanzado en Ginebra el pasado 24 de noviembre, un tema que el Comandante cubano conoce muy bien y que desarrolló en detalle para concluir diciéndome: “Irán tiene derecho a su energía nuclear civil”. Para en seguida advertir del peligro nuclear que corre el mundo por la proliferación y por la existencia de un excesivo número de bombas atómicas en manos de varias potencias que “tienen el poder de destruir varias veces nuestro planeta”.

Le preocupa, desde hace mucho, el cambio climático y me habló del riesgo que representa al respecto el relanzamiento, en varias regiones del mundo, de la explotación del carbón con sus nefastas consecuencias en términos de emisión de gases de efecto invernadero: “Cada día, me reveló, mueren unas cien personas en accidentes de minas de carbón. Una hecatombe peor que en el siglo XIX…”

Sigue interesándose por cuestiones de agronomía y botánica. Me mostró unos frascos llenos de semillas: “Son de morera, me dijo, un árbol muy generoso del que se pueden sacar infinitos provechos y cuyas hojas sirven de alimento a los gusanos de seda… Estoy esperando dentro de un momento a un profesor, especialista en moreras, para hablar de este asunto.”

“Veo que no para usted de estudiar”, le dije. “Los dirigentes políticos, me respondió Fidel, cuando están activos carecen de tiempo. Ni siquiera pueden leer un libro. Una tragedia. Pero yo, ahora que ya no estoy en la política activa, me doy cuenta de que tampoco tengo tiempo. Porque el interés por un problema te lleva a interesarte por otros temas relacionados. Y así vas acumulando lecturas, contactos, y pronto te das cuenta de que el tiempo te falta para saber un poco más de tantas cosas que quisieras saber…”

Las dos horas y media pasaron volando. Empezaba a caer la tarde sin crepúsculo en La Habana, y el Comandante aún tenía otros encuentros previstos. Me despedí con cariño de él y de Dalia. Particularmente feliz por haber constatado que sigue teniendo Fidel su espectacular entusiasmo intelectual de siempre.

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