jueves, 2 de enero de 2020

La porfía cubana por Atilio A. Boron


Cada nuevo año invita a realizar balances de logros y frustraciones, alentar renovadas esperanzas y, en Nuestra América, conmemorar una gesta histórica: el triunfo de la Revolución Cubana. Como lo he dicho en reiteradas oportunidades la recordación y el homenaje a esa gran victoria popular y la interminable derrota del imperialismo norteamericano que acumula sesenta y un años mordiendo furioso el polvo de la derrota –cosa que jamás le ocurrió en ningún otro rincón del planeta- prevalecen por encima de cualquier otro tipo de consideración. Sin menospreciar a nada ni a nadie, nuestras pequeñas historias personales e inclusive grandes acontecimientos de índole colectiva quedan eclipsados por la luz radiante de aquel amanecer del 1º de enero de 1959. Ese día la historia de esa “una sola gran nación” de la que hablaba Bolívar, quedó partida en dos: Fidel y los jóvenes del 26 de Julio consumaron una hazaña que instaló un ineludible antes y después en nuestro devenir histórico, destinado a durar para siempre y a resignificar nuestras seculares luchas por la liberación nacional y social pero también a otorgar nuevo sentido y un renovado horizonte a las batallas de nuestro tiempo. Pero no fue tan sólo aquel acontecimiento liminar: el pueblo y el gobierno cubanos tuvieron la virtud de sostener contra viento y marea durante más de seis décadas aquella victoria homérica que hizo posible que Nuestra América saliera de la prehistoria y comenzara a escribir su propia historia.
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